Fuera de la escuela y los amigos, siempre hay algo muy importante en nuestras vidas adolescentes: el amor platónico e inalcanzable. En mi caso era una de las sobrinas del padrino de mi hermana, el señor Rosales. Suena un poco complicado así, de modo que diré que eran vecinas para simplificar.
No sé quien creía que perdía el apetito por la mayor, Fabiola. Ellas creo que pensaban que era la segunda por arriba, Claudia (alguien me va a matar si me he equivocado de nombre). Mi papá me comía el coco para que fuera la segunda por abajo, Julieta. Pero lo cierto es que estaba lobotomizado por la del medio, Beatriz. Me encantaba, pero era tan ahuevado (gil) que nunca fui capaz de decírselo… El hecho de que apenas lo diga ahora denota mi nivel de ahuevamiento.
Recuerdo una vez, mucho más atrás en el tiempo, que estábamos en casa de los Rosales, jugando como siempre, y Beatriz propuso jugar al escondite. Salimos a la calle y designamos a alguien para que contara. Lo que no recuerdo bien es si fue mi idea esconderme con Beatriz o si fue de ella, pero lo cierto es que tenía pensado besarla (modo estándar a aquella edad de declararse). Justo cuando corríamos a escondernos aparece mi papá llamando a la retirada. Yo no me moví, no tenía nada de ganas de irme, Beatriz intercedió para que nos dejaran un rato más, creí por un instante que se obraría el milagro.
Lo malo es que mi padre era aun más inocente que yo. Bueno, de alguna parte tenía que salir mi agilipollamiento en temas del cortejo. Estoy seguro que ni sospechaba que Beatriz me gustaba, ni nada de mi plan de besarla. Así que dio su ultimátum para la retirada con cara severa e intransigente, y me toco replegar alas.
¿Que triste, no? Espero que en el próximo capitulo tenga más suerte… ¿o no?
Sigue con la Diablisima.
Average Rating