Dejemos un rato mi vida familiar de lado y volvamos al Calasanz. Lo cierto es que tengo mucho que agradecer a los curas y mis profesores por preocuparse porque de verdad estudiásemos. En mi caso eso era muy bueno porque, como ya os conté, sólo me preocupaba por sacar buenas notas en las materias que me gustaban. También es verdad que nos procurábamos nuestra recompensa de muchas formas, de las cuales las acampadas y los conciertos era lo que más me gustaba de estar en el Calasanz.
Para nuestra graduación organizamos el 1er. Gran Festival Calasancio (sí, lo sé escribir bien, yo no fui quien puso la zeta en la calcomanía) con la idea de recoger fondos para la fiesta de graduación y de paso montar un buen concierto. Recuerdo que en nuestro salón había como tres o cuatro bandas de rock, y el cabecilla en casi todas era Isaac, así que la posibilidad de subirse a un escenario hacia valer la pena el trabajo de convencer a los curas de meterse en semejante embrollo.
Como siempre los curas se hacían los duros, nos daban razones de porque no, nosotros contraatacábamos inventándonos razones de porque sí, ellos se hacían los que nos creían y nos daban el permiso. Creo que lo mismo aplicaba para las diabluras que hacíamos, si no, cómo se explica que hayamos sobrevivido indemnes al «cementerio de pupitres», la «piedra» de mármol asesina, el carro de Siemprecurdo en el arenal (aunque técnicamente este no fuimos nosotros), la voladura de la cruceta del desagüe, el humo tras los autobuses, la elección de la reina, la película sobre el SIDA, etc., etc.
Con cada una de esas historias podría crear un capitulo nuevo, lo malo es que no hay fotos con lo que quedan descartadas de esta serie. Pero puede que vuelva sobre ellas en el futuro para otra serie.
Ya habréis notado por lo desastrosas que son la mayoría de las fotos que os he mostrado que mi cámara de la época era tan mala que si le rezabas un Padrenuestro empezaba a levitar y escupir baba verde. Era lo más cutre que he tenido en toda mi vida, la lente parecía un trozo de plástico marrón, por lo que no conservo fotos de los grupos de mi salón. Una cagada descomunal. En las seudofotos que me medio salieron tocaba adivinar quien era la mancha movida sobre el fondo negro profundo, un trabajo de pura imaginación.
Pero al menos uno de los chicos del otro salón, eramos A y B, nos vendió algunas copias de las que tomo él de una banda de su salón. Algo es algo ¿no?
Por cierto recuerdo el cabreo que se pego porque todo el mundo quería copias de las fotos de la teclista (que era su novia), la cual para nuestros gustos de la época estaba muy guapa. El caso es que se enfado y veto las fotos de la chica, falto poco también para que no vendiera ninguna en absoluto. Pero chaval, sinceramente, ¿qué esperabas de una manada de quesudos como nosotros?
Yo por suerte soy de los pocos que sí les tocaron fotos de la flaquita desconocida.
La verdad es que apesar de todas nuestras metidas de pata. Yo llevare la doble cruz por siempre de la «Z» y el fiasco de mis fotos. El festival fue muy bien y recolectamos suficiente dinero para hacer una buena parrillada, que os dije antes, para celebrar nuestra despedida de los años de escolapios.
El cumulo más grande de recuerdos que tengo de mis años en el Calasanz es de nuestro último viaje a Callo Sal. Para que os hagáis una idea de lo bien que lo pasamos sabed que casi llaman a la guardia costera para que nos sacaran de la isla.
Average Rating