Existen personas cuya sola presencia te llena de regocijo. Para mi ese es el caso de Marcela, ella tiene ahora 29 años, es instrumentista, tiene dos hijos (en eso le colaboro su marido) y es una persona radiante. Nos reencontramos en una reunión familiar “todo en uno” (día de la madre, cumpleaños y bienvenida, tres pájaros de un tiro) que la verdad me estaba poniendo de los nervios. Supongo que no estoy ya acostumbrado a estar rodeado de tanta gente de mi familia a la vez. Cuando estaba a milímetros de estallar en contra de los corderos de dios, los colores pastel y Chávez, veo una sombra a contraluz y recibo un fuerte abrazo que ahogo a mi gorila interior.
Gorila malo. Espero tenerlo controlado en futuras reuniones o van a pensar que soy un nihilista. Un momento, es que creo que soy un nihilista. ¿Qué se le puede hacer?
Gracias a esta aparición celestial, el resto de la noche me la pasé con ella recordando nuestras tropelías de adolescentes. En particular, un recuerdo muy cálido es el de su fiesta de los 15, en esa ocasión un grupo de chicos teníamos que bailar el vals con ella (típico de estas fiestas), y por supuesto todo estaba muy ensayado, pero cuando me toco el turno a mi se me fue la onda y nos quedamos bailando una eternidad.
Sí, sí. Ya lo sé, hubiera sido más divertido una caída o algo así. Pero esta clase de recuerdos te reconfortan, te hacen sentir bien con la vida que has disfrutado.
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