Ahora estoy en mi Medellín. Bueno, ya no es mi Medellín, es un Medellín nuevo que recuerda al antiguo pero que lo ha sustituido casi por completo. Cuando, al llegar, inicie mi búsqueda de perdidos en acción, lo primero que encontré fue un cementerio. Todos esos vínculos e imágenes internas que guarde con esmero son ahora únicamente lapidas para dejar unas pocas flores. Las personas siguen ahí pero…
Todas las mujeres que conocí y ame, están ahora liadas con sus trabajos y sus hombres. Trabajos importantes e interesantes, hombres no tanto.
Todos mis primos casados y casadas. Nuevamente «trabajo y familia». Parece el eslogan de las juventudes fascistas. Todos muy afanados, todos en otra dimensión tan distinta de la mía.
Todo cambia. La ciudad está muy hermosa, llena de nuevas bibliotecas y museos. Mucha actividad y buena música. Como la que escuche en una terraza del Poblado mientras bebía ron de una botella que metimos a escondidas.
El metro sigue igual de limpio y gótico (en el sentido clásico de la palabra), sobrevolando la ciudad, con muchas calles peatonales serpenteando por debajo.
Hoy voy al estudio de Hugo, La casa del Sol, voy a hablar con él de proyectos de cine y vídeo. También voy a dejar otra flor a un bello recuerdo.
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